Con 300 millones de imágenes subiendo diariamente sólo a Facebook, el peso de lo visual no sólo ha aumentado su influencia en lo cognitivo y por ende en lo social, también lo ha modificado, volviéndolo cada vez una experiencia más cercana a los ciudadanos, transformando a los habituales receptores del proceso también en emisores.
Así como las palabras y los
gestos, las fotografías no son inocuas. Transmiten, significan, y comunican. Aun
cuando no cumplan más sentido que el de registrar un cumpleaños o las vacaciones de verano. Puede una imagen ser tan elocuente como el más profundo
de los silencios.
Es la fotografía una forma de
expresión más y como tal se convierte en medio y en lenguaje. Como lenguaje,
construye realidad; es por tanto un fenómeno cultural. Nuestras imágenes no saldrán de la nada y hacia ella no irán tampoco,
jamás.
Las fotografías no son solamente la
representación muerta (electrónica o impresa) de una escena definida técnicamente por los datos
EXIF, ellas están vivas y nos sobreviven. Se convierten en algo independiente
de la cámara, el contexto y el fotógrafo. Pueden seguir significando cuando
nada de lo anterior exista.
No somos objetivos, pero podemos
ser honestos, que es bien distinto. La objetividad es una trampa que nos venden
los periódicos para vender más y las escuelas de periodismo para que seas un
buen trabajador para ellos.
Una fotografía habla tanto de lo
que representa como de nosotros. Denota y connota. A cada disparo no estamos
entregando una fotocopia de la realidad, si no lo que conciente e
inconcientemente pensamos de ella. Toda vez que encuadramos, componemos, medimos
y enfocamos lo que hacemos es discriminar, rescatar un pedazo de luz y tiempo, pero
ya fuera de aquel tiempo, con un texto y un contexto propios.
A cada fotografía construimos un relato
y ese relato da origen a una significación cultural que nos determina (tanto
como fotógrafo y espectador) al tiempo que propugna nuevas e infinitas significaciones
(el constructivismo se encargará de esto de manera más profunda) para quien observará.
Dicho fenómeno no tiene nada que
ver respecto de si la imagen irá a parar al MOMA de Nueva York o a tu muro de
Facebook, toda imagen carga encima con una intencionalidad (lo banal, lo
periodístico y lo artístico aquí se confunden, y quizás hasta sea mejor dejar
las etiquetas por el momento).
Y toda imagen carga encima además
con un presente efímero que al apretar del obturador echa a andar un futuro ya
tan desconocido como ajeno para nosotros.
Lo que nos queda por aprender es
a pulir esa intencionalidad y no dejarla sola a la suerte de las
circunstancias, por respeto, como señalé anteriormente, no a la objetividad si
no a la honestidad de cada uno de nosotros. Hacemos (no sacamos) fotografías.
Ahí comienza y termina gran parte
de toda nuestra responsabilidad. De ahí para delante, ya la suerte está echada.
Imagen: Internet