Yo imagino, Federico, que usted habrá tenido la
oportunidad de conocer nuestro continente y habrá vuelto del viaje muy cargado
de fantasías, maravillas y locuras varias, materias con las que usted trabajaba
en sus películas y que acá se recogen como piedras.
Si así ocurrió la historia, cómo no recordar aquella madrugada
del 19 de mayo de 1999 en el Barrio Puerto de Valparaíso. Vaya poniendo atención:
Valparaíso, el Barrio Puerto, a las 05:30 am., un día sábado, cuántos locos
sueltos !
Los viejos fiesteros del puerto se toman la cabeza a
dos manos con el dato pero es cierto: descontando los clandestinos, a esa hora
casi no se encuentra en toda la ciudad un solo bar abierto para el remate.
Retroceso patrimonial impresionante que a punta de leyes y ordenanzas
municipales ha ido cortando poco a poco las horas de jaleo, golpe muy bajo sin
duda para la Capital Cultural del hueveo y la parranda.
Pues bien, aquella jornada toda la peregrinación etílica
se encaminó se tambaleó hacia “Lo
de Pancho”, en ese entonces el único lugar decidido a responder por la interminable
sed de tantos a esas horas. Dura pero rentable misión. Aquí la noche se
extendía para muchos hasta las 8 o 9 de la mañana; paréntesis del nuevo día
albergando toda clase de personajes que buscaban amagar al tiempo, todavía en
pie a esas horas, epicúreos y dionisíacos dioses criollos proponiendo
personales variaciones sobre la inmortalidad.
Imagine entonces la sorpresa cuando una pareja de
Carabineros hace un impertinente ingreso al recinto con la orden de cerrar, echando al carajo tan noble
tradición etílica y de paso a una buena cantidad de borrachos a la calle.
Esta primera operación costó un poco pues, entenderá lo
difícil que es mover a un ebrio, bueno, aquí eran más de cien y además interrumpidos en plena
fiesta. Finalmente, y tras una media hora de indescifrable y sorda discusión,
el bar quedó vacío y la calle llena de personajes que como es de suponer, no
tenían la menor intención de irse y sí de tratar de entender algo de lo que
estaba ocurriendo.
“¿Por qué no nos podemos seguir emborrachando si
estamos pagando por ello?” exclamó un ebrio neoliberal; “deja de cagarme la
vida paco conshetumare” dijo otro con
la vida claramente agobiada desde antes; tampoco faltó (nunca falta) el curado
que se jura no tan curado y trata de negociar cortésmente a pesar de que desde
la tercera frase ya las palabras les salían todas juntas y amontonadas y la
cosa terminaba tan poco seria que ni Los Simpsons !
Era aquello un auténtico zapato chino. Algunos siguieron
protestando pero otros finalmente se alejaron resignados, apostando a que se
trataba de un tradicional operativo en días previos al 21 de Mayo, cuando la
ciudad se “limpia” y ordena para recibir a las autoridades y políticos que
celebrarán el homenaje a una efemérides naval y escucharán la cuenta anual del
Presidente.
El maquillaje incluía por esos años, entre sus aspectos
más singulares (y vulgares), la matanza de perros vagos y el pintado de frontis
de edificios, porque debe saber que esto es algo típico de nosotros los
chilenos, ordenar cuando vienen las visitas. Sin embargo, la pregunta quedaba
dando botes en el aire ¿cómo se ordena una ciudad con dos dígitos de desempleo,
una delicada situación económica y sobre todo mucho, mucho carrete?
Se lo preguntaron los carabineros
envueltos en la compleja labor de desalojar un bar repleto de ebrios donde
alguien por ahí fue tomado detenido por “atrevido con la autoridad”, “que no se
discuten las decisiones de un uniformado caramba”. Sin embargo, contrario a lo
habitual, aquello no pasó a mayores y hasta ese momento “en las calles del rudo
y bohemio Barrio Puerto, nada hacía presagiar el desenlace que estaba por
ocurrir” como lo habría dicho Carlos Pinto, un colega suyo que tenemos por acá.
Todos seguían sin entender mucho, estaban
llenas de confusión y alcohol las mentes de los parroquianos y además ahora se
oían las sirenas de vehículos policiales que comenzaban a acercarse por las
calles aledañas a la misma velocidad con la que subían la incertidumbre y la
tensión.
De pronto un amago de desastre: alguien arrojó una botella
de cerveza sobre el parabrisas de una patrulla. Todo mal. Sorpresivamente, los
Carabineros se desatendieron del hecho pero sí obligaron a la multitud a desalojar
ahora incluso la calle, que se fueran todos de una buena y maldita vez !
Quienes ya estaban en retirada apuraron aún más el paso
convencidos de que un “canazo” era lo peor a esa hora y en víspera de un fin de
semana. El resto comenzó a ser sacado hacia la Plaza Sotomayor, ahora
convertida en una de esas plazas modernas donde no existe un solo árbol, así
son algunas plazas de ahora y los viejos se vuelven a tomar la cabeza a dos
manos. Valparaíso tiene al menos 3.
Plaza Sotomayor es un lugar amplio que en uno de sus
costados, frente al mar, ostenta el imponente edificio de la Armada Chilena; y
entre éste y el mar, un monumento a Arturo Prat, el héroe a celebrar por esos
días. La escenografía de la locura que estaba por ocurrir ya estaba preparada.
De pronto aparecen un par de autos policiales más y
hacia el fondo de la calle ahora vacía, un bus. Cómo todavía estaba oscuro era
difícil distinguir qué ocurría cuando éste se detuvo, hasta que de a poco fueron
distinguiéndose las figuras de dos soldados caminando hacia la plaza con
rapidez y (no, no era el alcohol) muy de fusiles en mano !
Aquello comenzó a verse muy pero muy brígido y entonces
fueron más los que se convencieron que era tiempo de descansar y/o arrancar dejando
alrededor de 30 locos todavía muy mareados pero ahora con la firme intención de
quedarse hasta el final de la historia, que al parecer se podía venir con
cuática.
No fueron militares ni carabineros los que bajaron
posteriormente del bus, sino una banda compuesta por cerca de cuarenta marinos
quienes comenzaron a caminar hacia la plaza en frente de las miradas incrédulas
y las bocas abiertas de los civiles, formándose frente al monumento a Prat.
Escoltada en sus extremos por los dos soldados con fusiles, la banda comenzó a
tocar y desfilar. Aquello ya era de una locura total, sin embargo, faltaba
todavía lo mejor.
Al paso de los marinos se sumó, en forma paralela y
casi instantánea, una mezcla entre marcha y danza etílica de los 20 o 30 que
aún permanecían observando todo y que ahora desahogaban la tensión y su locura
bajo el ritmo marcial, totalmente indiferentes a una posible represión.
La compostura y rigidez de los marinos contrastaba
irreparablemente con la desfachatez y soltura del paso de los borrachines,
quienes saltaban, cantaban y de paso le lanzaban en sus narices frases como “parecen de fierro”, “muevan algo más que los
pies”, “marchen más entretenido”, “pónganle color” etc.
Dieron vuelta a la plaza varias veces, borrachos y
marinos. Con una danza y una mezcla de personajes que dejarían el final de “8 ½”
como un cándido juego de niños; habían viejos, jóvenes, chascones, de pelo rojo,
sin pelo, hippies, punkies, metaleros, etc., cada cual con su fantasía hecha
baile, un sábado a las 6:00 de la mañana.
Y todo esto sin el menor asomo de conflicto, porque salvo
el par de detenidos al despejar el bar no hubo más violencia que la que se
desprende al decirle a un curado que ya no puede seguir bebiendo. Durante la
marcha, los marinos estaban muy concentrados en su ritmo y el resto en el suyo,
si a éste último se le podía llamar ritmo claro.
Por qué ningún carabinero hizo algo frente tan
irreverente acto es uno de los tantos misterios que contiene esa noche. Quizás
(y es una teoría que sólo se sostiene siguiendo la lógica totalmente fuera de
toda lógica de aquella noche) los Marinos y Carabineros respetaron el
territorio; o sea, muy al frente del edificio de la Armada se estaba pero ahí
también comienza el Barrio Puerto, el área que de noche y de día alberga más
borrachos y pelacables por metro cuadrado que todo Valparaíso.
Cuando la banda y el desfile finalmente se alejaron
tras casi 25 minutos de marcha, todo volvió a la “normalidad” previa, quedando sólo
un puñado de personajes aún incrédulos y sonrientes por todo lo que había
ocurrido. Muchos se quedaron ahí un rato más, buscando la manera de permanecer
en aquella fantasía tan propia de mundos que usted supo imaginar tan bien y que
aquí, como puede ver, existen.
Lo que ocurrió esa madrugada es también un enigma para
muchos. Ni los diarios, ni la radio, ni la televisión se enteraron y por ende, el
resto de la ciudad tampoco. Sólo a los pocos días supe que aquel sábado por la
tarde se celebró un homenaje previo al 21 de mayo; por lo que aquello habría
sido un ensayo, único en la historia de la Armada por cierto.
Al final el misterio nunca se resolvió aunque personalmente
no me importó en el momento, menos ahora. Usted compartirá conmigo Federico,
que lo único que se consigue al buscar explicarse la fantasía es negarla instantáneamente.
Además, es muy probable también que algunos de los que
estuvieron ahí ni siquiera sean capaces de recordar que formaron parte de una
gran marcha en donde lo único que se compartía eran los grados, militares por
un lado y alcohólicos por el otro. Usted comprenderá, un día sábado, las seis
de la mañana, en el barrio puerto...
Pero yo no he podido olvidarlo a pesar de los detalles
que se me escapan y pensaba entonces en una cámara, en un filme suyo y sobre
todo en usted y en todo lo que habría disfrutado e imaginado en 35 mm; mientras
de vuelta en la vida se acababa la fiesta, el alcohol, los cigarros, la noche y
el sol indicaba entonces que ya era hora de ir a descansar. Era momento
de cambiar de sueño.
Al maestro Federico Fellini, en
algún lugar de la fantasía
y a mis queridos Claudio C. y Edwin
M., que compartieron conmigo la noche, el desfile y el baile.