Este texto fue escrito en Julio del 2009, seguramente impresionado con la transmisión en directo de algún conflicto armado, hoy las imágenes de la tragedia en Siria, me remiten inevitablemente a esto, y a cierta fatalidad depredadora con la que el ser humano parece desde siempre proyectar la conservación de la especie, a la manera de ideologías, política, economía, poder y religión.

El siglo xx deberá ser recordado por la irrupción de la televisión en la guerra. La cobertura en directo de las guerras contemporáneas (desde la invasión de EE.UU. a Irak 1990 en adelante) es algo devastador. Se presencia un bombardeo y la muerte de civiles al mismo tiempo que Ronaldinho anota y fulano de tal consigue vencer en un reallity sow, final feliz. La guerra no tiene nunca un final feliz. NI siquiera televisada. No es como en los musicales. Aunque la guerra por televisión no es trágica. Es espectacular sí, pero se hace cotidiano escuchar 20 muertos un día, 15 al otro y además tan lejos en Irak, Líbano, Afganistán, gente que habla idiomas raros y usan túnicas, chalas, profesan religiones extrañas. Se vive una guerra ajena, cómodamente desde un sillón, a 21 pulgadas, a 14, a 50 con pantalla plana o no, un poco antes de la telenovela o después del matinal, nada más que eso. La guerra de la que pareciera que no somos parte, porque estamos lejos de los misiles israelíes y nunca nos dolerá el estómago porque estén volando aviones con bombas por la ciudad, porque nadie nos dice que debemos dejar nuestra casa y la ciudad.
La guerra por televisión deja de ser trágica, es más espectacular sí y no una de las cosas más evidentes que significan la triste derrota del género humano.
7 Julio del 2009
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