Antofagasta tiene 30.718 km2. Es
inmensa de norte a sur, larguísima y como muchas ciudades del norte, pasa los
años recostada sobre la caída de los cerros que la definen. Antofagasta
“dormida” le dicen. Nunca un calificativo fue tan extrañamente justo como éste.
Pero tiene también otras maneras
de definirse. Por ejemplo, es la ciudad más grande de todo el norte: 296905
habitantes, es también la más extraña ciudad para salir en la noche (como que
no hay nada pero hay de todo), y el peor de todos, el triste título de ser la
segunda ciudad más cara de Chile gracias al negocio de las minas, razón por lo
que se ha empeñado en los últimos 10 años en acceder a toda la parafernalia de
la modernidad y el consumismo.
Ripley, Fallabella, Almacenes
París, La Polar, y muchos, muchos edificios, son ya partes medulares del
funcionamiento de esta urbe. Y como buena ciudad con plata y moderna, si no
tenían un balneario decente, se construyeron uno, en el centro de la ciudad.
Por supuesto hay muchas playas más y de categoría, para tomar sol, para
deportes, para camping, etc.
Pero casi todo lo bueno se
encuentra en la periferia, tanto hacia el norte como hacia el sur: Playas
(Hornito, Playa Amarilla), lugares para carretear (pubs, discotecas), caletas
perdidas en el desierto (Juan López) y hasta una isla (Santa María). Y un poco
más distante aún, pueblos fantasmas (Pedro de Valdivia, Vergara) y por supuesto
toda la energía cósmica de San Pedro y sus alrededores.
En el fondo en “Antofapasta” (así
también injustamente le dicen) uno la puede pasar muy bien, hay que moverse un
poco, revisar los mapas, salir del centro, aprender a admirar la (in)quietud y
el mutismo del desierto más seco del mundo, una ciudad como una gran roca al
sol por más de 100 años. Porque a pesar del dinero y el desarrollo esta ciudad
no es un vértigo como Valparaíso, ni una gran máquina negra como Santiago. Hay
carrete pero como que no hay, hay playas pero como que no hay, hay manos pero
como que no hay, hay alegría pero como que no hay. Antofagasta dormida le
dicen.
Terremotos y hasta aluviones no
han podido cambiar el semblante de su gente cálida y hospitalaria, de piel
curtida, fracturada por el sol y la sal del tiempo, silenciosa, como
observándolo todo, Antofagasta como meditándolo todo, como una gran vieja
echada observando en silencio a los suyos, cansada después de tanta explosión y
minería for export, ya lo ha dado todo y es inexorable el presente rápido,
fugaz, que sube y avanza a la manera del cupo en la tarjeta de crédito, a la
manera del número de pisos de un nuevo edificio, exactamente igual al precio
del cobre en un día normal del mercado bursátil.