La expresión es ofensiva, injusta, hasta ordinaria, pero deben entender a un porteño que tiene que levantarse a las 5:30 de la mañana para llegar justo a una reunión a las 9 de la mañana en Santiago, que se baja en  la Estación Pajaritos para ganar tiempo como le aconsejaron, pero nadie le advierte que hay horas en las que sencillamente es imposible subir al metro porque ya viene repleto varias estaciones atrás y peor aún quizás sea alcanzar espacio dentro del vagón y comenzar un viaje como sardina con penitencia, no es ninguna exageración.

Como estamos en Chile no falta el hueón vaca ni el guardia leso y entonces, con ese sentido común de la fraternidad que nos caracteriza, intenta meterse desesperado por cualquier hueco, empuja y los garabatos aparecen. “Oye hueón si no somo ná animale ! Se escucha en perfecto y justo chileno, es lo mínimo. El público en silencio apoya la parada de carros. Pero el viaje tiene que seguir igual, más apretado que antes lógicamente y es aquí donde recuerdo una de las noticias más desproporcionadas a propósito de la implementación del Transantiago: las corridas de mano en el Metro. A quién se le puede ocurrir ! En un vagón así hay momentos en que uno no sabe lo que tocan sus manos o lo que siente su retaguardia, hay que apechugar no más. Fue una abierta e irresponsable invitación a la desconfianza y la irritabilidad entre los pasajeros andar derramando esa paranoia. En todo caso, cuando confirmo con alegría que lo que me clavaba insistentemente cerca de la espalda no era más que la cartera de una mujer respiro aliviado por un momento pero el viaje tiene que seguir porque es el Metro el medio de transporte más rápido pero igual te puedes mandar fácil media hora arriba para luego bajar hacia la verdadera jungla que te espera, Santiago, un inmensa ciudad que en el centro está encerrada entre edificios y el smog, fatal combinación como una ironía del progreso.

Ese tipo de ciudades donde las cuadras son interminables, la gente no te puede ayudar con direcciones y donde los taxistas se andan cagando sin ninguna contemplación a los despistados (con ese sentido de la hospitalidad que nos caracteriza).

Para vivir en Santiago se debe tener un auto o ganar tres millones de pesos al mes para poder moverte a placer, por todos lados y vivir en algún sector lejos del centro y libre de contaminación ambiental y acústica, de lo contrario  se gastará uno todo el sueldo en taxis, siquiatras y broncopulmonares. Si no se cuenta con movilización propia intentar moverse de día puede ser increíblemente lento y muy estresante a veces, pero intentar moverse de noche es imposible y además, por añadidura, peligroso. Lo peor es que cada vez son menos los que se atreven a trabajar en transporte por la noche y cada vez serán más los edificios y el smog.

La peor profecía sobre Santiago propone la figura de alguien que terminará como devorando su propio vómito para seguir viviendo, y aunque no la termino de encontrar justa se me llena de sentido. Pobre Ciudad mágica con más historia que todo un país y condenada por decreto al sacrificio, todos los signos del progreso han dejado a Santiago con una horrible resaca, un gigante dolor de cabeza repartido entre millones de personas que ni se conocen. Al próximo que me diga que se a va a Santiago por mejores perspectivas de vida, en su cara me largo a reir.

Hora de llegada a la reunión: 9:25 am; qué se le va a hacer…Santiago, ciudad de mierda !


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