El tiempo que Mandela fue libre hasta 1963 lo ocupó de la única manera posible para un negro como él en Sudáfrica: emprender las batallas que fueran (que fueron necesarias) para liberar una raza. Bajo esta premisa, el tiempo que Mandela estuvo encerrado, sirvió para que su lucha emprendiera nuevos desafíos, la liberación ahora de sí mismo, no sólo de la cárcel.

A solas durante 27 años con su corazón y su mente, no tuvo más opción que volcar la batalla hacia sí mismo, conocerse a fondo, después de todo no tendría más compañía. Esculpir con paciencia y en silencio, al mejor Mandela que fue y que conocimos. Una a una fueron llegando las noticias desde Robben Island, por muchos años una sola vez cada seis meses, en goteos. Piedra por piedra se fue armando su nombre (y un hombre) como un puro y gran monumento de humildad, humanidad, fortaleza y sabiduría.

Cómo Mandela, uno de tantos líderes políticos en el mundo se transforma en el más querido y respetado de todos. Simplemente porque enfrentó y sobrevivió a todo y a todos, incluso a él mismo y son aquellas, las personales, quizás las peores y más duras batallas. Seguir en la consecuencia, a pesar de los pesares, pero no sólo eso, también superar su propia sombra, testimonio y mitología. Sobrevivió a la guerra, el encierro, la tortura y la muerte violenta. Esto último lo salvó de convertirse en mártir, la dignidad lo salvó de la traición (a sí mismo) y el vivir de rodillas y en la inconsecuencia hasta volverse, como él mismo dijo, amo de su destino, capitán de su alma. Varias veces declinó salir en libertad a cambio de que el CNA depusiera la lucha. 27 años de encierro en un cuarto de dos x dos no fueron suficientes para doblarlo. Uno solo de tantos de sus actos (ojo, más que sus siempre sabias palabras) bastaría para echar a andar un mundo, esa sola lección de vida es más fuerte que su tiempo y hace cambiar el rumbo de una historia. El resto era sólo cosa de esperar.

Un estadio de 80 mil personas se llenó en Inglaterra para pedir su liberación en 1988. Millones más dispersados por todo el mundo también. La política exterior tomó cartas en el asunto, como siempre, con vergüenza, tardíamente. Pero el gran Madiba ya los había perdonado a todos (y les exigió a los negros hacer lo mismo) cuando fue liberado en 1990 para 4 años después dirigir los destinos del mismo país que lo había confinado a prisión perpetua, buscando inútilmente el castigo del olvido que es a fin de cuentas el peor de los castigos. 

Hoy, liberado de su cuerpo, diseminado ahora en un puro viento de paz y dignidad que recorre el planeta, pienso absurdamente en sus verdugos. Admirado porque desde todas las direcciones no hay en toda la prensa mundial algún sólo rastro en contra de su legado. Es Madiba hoy quizás por lejos el símbolo de unidad más potente que guarde la historia, un hombre incluso más grande que su propia obra.

Así que no hay espacio en esta hora para sus verdugos. Sin embargo qué dirían ahora si es que tienen voz, que expresión tendrían sus miradas si es que aún pueden caminar con la frente en alto, en qué oscuro rincón finalmente quedaron cuando se los llevó la muerte que no pudieron contra él; o es que vagan todavía por ahí olvidados o escondidos, a cuestas con el perdón de un negro el cual les resulta imposible de cargar; solos, que ni sombra ni tiempo hay que quiera caminar junto a ellos.

Madiba todo el rato, incluso en la eternidad; buen viaje maestro, ahora a descansar y muchas gracias x todo !
Ilustración de Diego Guajardo; @busco1nombre
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