“¿Las palabras, qué son? La lluvia dirá más al respecto”
Roland Barthes

Si yo viviera en el sur, seguramente me volvería alcohólico y perdería mi trabajo, porque encuentro que no hay nada más rico que entregarse a la melancolía y el placer de un buen vino y la pereza, en día de lluvia, sobre todo de las primeras lluvias del año, y mejor aún, esas lluvias pasivas donde puede uno ubicarse tranquilamente bajo la cornisa de las puertas o ventanas y escuchar y ver como va cambiando la ciudad en cosa de horas.

Advierto desde ya a la izquierda más fundamentalista que no hablaré de los perjuicios que trae la lluvia a los estratos más desprotegidos de la población; advierto también a los poetas que tampoco hablaré de “goteras en el alma” y ese tipo de cosas; sino simplemente del placer de entregarse a la contemplación de la naturaleza, que mojándonos no para de decir y mostrarnos cosas

Recomendaciones: abra todas las puertas y ventanas por un rato a primera hora de la mañana, deje entrar hasta su casa el aire por fin limpio. No coloque música entonces, al comienzo debe ser sólo entre usted y la lluvia, no permita que nadie ni nada le quite ese momento. Sólo después de unas horas agregue sonido: pruebe con Bach, Bill Evans en solitario o Jan Garbarek, en especial sus grabaciones junto a Egberto Gismonti y Charlie Haden. 

Ahora bien, si no puede evitar el lugar común no se preocupe (nadie en realidad puede hacerlo), no juegue al intelectual vanguardista, en días como estos es fácil quedar empapado: escuche a Piazzolla, Billie Holliday y al maestro Tom Jobim; lea a Teillier, a Cárdenas y el “Aplastamiento de las gotas” de Cortázar, recuerde los últimos cuadros de Van Gogh y vea las lluvias que filmó Tarkovsky o José Luis Torres Leiva en su primera película; convénzase con insoportable entusiasmo de que las gotas en el vidrio efectivamente forman la cara de su amad@; entréguese al amor y la nostalgia pura, a la saudade; haga sopaipillas, picarones y calzones rotos; convénzase también, e incluso, de que es bueno el comercial en la tele, ese sobre leche y donde dicen que la lluvia anuncia cosas; escriba como yo, con y sobre lugares comunes; nadie le puede quitar el placer de un buen día de lluvia, porque veo la lluvia en la ciudad como una tregua, la posibilidad de empezar todo de nuevo; no es cosa de que llueva y todo siga igual, aunque todo siga igual; algunos llevan meses esperando que esto ocurra, Pilar, en una ciudad donde no llueve, esperaba también y se contenta porque caiga agüita acá; otros sencillamente enloquecen, como mi hermano Edwin, quien se pone como un niño y salta y le encanta salir a mojarse y espero que lo esté haciendo ahora si es que llueve también ahí donde quiera que se encuentre… ahh pero les advertí que no hablaría de “goteras en el alma”...

Si yo fuera presidente mi primer decreto sería dejar en libertad de acción a todos los mortales en días como estos (sobre todo en la primera lluvia del año), aun cuando mis medidas llevarían al debacle la productividad en el invierno y en el sur de Chile, bueno, todo el año. Es que salvo si a usted le gusta mojarse, no hay nada más molesto que salir de casa obligado cuando afuera llueve y las oficinas y los lugares se llenan de ese olor imposible a encierro y humedad y uno no tiene más que hacer que esperar por el secado (“debí haber echado ese otro par de calcetines”), rezar por no pescar un resfrío y nunca terminar de entender la inutilidad del paraguas.

He analizado algunas combinaciones fatales: lluvia y compra al supermercado; lluvia y pago de cuentas; lluvia y fila en el BancoEstado (si es para girar cambia la cosa); lluvia y visita al dentista; lluvia y taco arriba de la micro; lluvia y reunión de apoderados; lluvia y lectura de poetas (horror de horrores !!); lluvia y esa larga reunión en la oficina.

Por eso, si recibe llamado de su jefe o de cualquier compromiso que no signifique un acabo de mundo su ausencia, acuse fiebre y vómito, dos cosas que pueden ser tan delicadas (justifican reposo) como efectivas (no hay como desmentirlo) y pasajeras (si es producto de una mala comida puede durar no más de un día) y así nadie le va a pedir que se levante a cumplir obligaciones ni mucho menos que le muestre las pruebas de su enfermedad cuando milagrosamente se le pasen los síntomas hacia el final del día. El mercurio baja en el termómetro en cosa de minutos y nadie que esté en su sano juicio no tira la cadena luego de enfrentarse cara a cara con el WC.

Pero por el contrario, si recibe llamado de algún amigo o familiar, en tres tiempos convídelo a una buena conversa y al vino, porque no hay nada como compartir estos días con los queridos al lado comentando de todo esto como si de una buena película se tratase... así de bueno puede ser, o como si volviera Edwin a invitarme nuevamente a que lo acompañe a caminar bajo la lluvia.

Valparaíso, viernes 19 de junio del 2009
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