El maestro Raúl Ruiz acaba de ser nuevamente premiado en Europa; ahora fue la Concha de Oro a la Mejor Dirección en el 58° Festival de Cine de San Sebastián por su filme Misterios de Lisboa, un peliculón de 4 horas y media de duración, otra obra que carga encima con el sello y el genio de un cineasta acostumbrado a sentarse en la tradición y la complacencia.
A contiuación un breve repaso por 5 de sus más geniales obras.
Tres Tristes Tigres (Chile, 1968)
La relación /admiración de Francia hacia el cine de Ruiz comenzó, contrario a lo que se imaginan, mucho antes del exilio. Ya en 1969, en su edición de noviembre y diciembre la revista gala Jeune Cinéma habla maravillas y dedica páginas a esta cinta que venía de ganar el Leopardo de oro en el Festival de Locarno. La ópera prima de Raúl Ruiz no trata sobre nada en particular y sin embargo ofrece un increíble retrato sobre la clase media chilena de 1968. La idea seria de hacer esta película no podía entonces haber nacido de otra manera y se gestó en una tomatera donde entre el papá de Ruiz junto a algunos de sus amigos pusieron la plata de sus jubilaciones para paliar los gastos. Todo el mundo trabajó gratis salvo los actores y justo al último día de filmación, el Instituto de Cine Experimental de la Universidad de Chile (que había puesto la única cámara que existía junto a la de Chile Films) pasó a buscarla para comenzar el rodaje de otro clásico : "Vaparaíso mi amor". Con estos antecedentes nace Tres Tristes Tigres, con un lenguaje en plena formación que tomó prestados muchos elementos de la Nouvelle Vague francesa, y que sin ser el mejor de sus trabajos convierte a esta obra es un referente obligado para ver y empezar a conocer el desarrollo del más importante cineasta nacional de todos los tiempos.

Diálogo de exiliados (Francia, 1974)
A los pocos meses del Golpe de Estado en Chile, Raúl Ruiz comienza las filmaciones de una película que le iba a significar ganarse el odio de una buena parte de la comunidad de exiliados en Francia, quienes incluso amenazaron al Director, lo acusaron de ser financiado por la CIA e intentaron robar sin éxito los negativos de la cinta para que no se exhibiera. Todo por este osadao, irónico e hilarante falso documental sobre el lado B de la causa heroica del destierro. Exiliados que llegan con lo justo a París, sin dominar el idioma, con mucho tiempo libre y muy poca capacidad para la organización, diálogos absurdos, el clasicismo entre los exiliados burgueses y obreros, y un asambleismo extremo que da risa. La mordaz lucidez de Ruiz no se resistió a estos deliciosos elementos configurando una obra demasiado certera en su crueldad lúdica, pero además impregnada de un alto sentido estético muy lleno de colorido. A medio camino entre el cine de su primera etapa chilena y lo que comenzaba a despuntar en Francia, esta poco ambiciosa película con el tiempo se alza como una de las más significativas y personales de su prolífica carrera.


La hipótesis del cuadro robado (Francia, 1978)
Aquí las cosas comienzan ya a ponerse puro color Ruiz. Una de las más (sino la más), complejas y audaces películas de su filmografía, y por qué no decirlo, del cine mundial. Enfrascado en pleno proceso de radicalización de lo estético y lo narrativo, y en plena consolidación de su personal lenguaje cinematográfico, compone sobre la novela de Pierre Klossowski un intrincado ejercicio donde a través de diversos "tableux vivants" (cuadros vivientes), un coleccionista recorre geografías pictóricas en busca de pistas en una serie de cuadros del siglo XIX , las que arrojarían luces sobre ceremonias secretas y/o escándalos de una conocida familia burguesa. Con una fotografía sencillamente insuperable, esta película no se parece en nada a lo que hayas podido ver con anterioridad: dejó a toda Europa marcando ocupado, fue nombrada una de las diez mejores películas de la década y puso el nombre de Ruiz en boca de toda la crítica cinéfila y como si esto fuera poco, a las puertas de conseguir su más grande suceso fílmico, el que llegaría un par de años más tarde con “Las tres coronas del marinero”



Las tres coronas del marinero (Francia, 1982)
Del mito del Caleuche, el largo poema “La rima del viejo marino” de Coleridge, el exilio, y los comics de Milton Caniff, nace la obra más importante de Raúl Ruiz, o al menos la que más prestigio le ha entregado. Una serie de historias y personajes yuxtapuestos que se despliegan hacia el infinito y que tienen como punto de partida el relato de un marino que cede su puesto en un barco fantasma a un joven estudiante que huye, pero a cambio de que primero escuche su relato. Una suerte de “Las mil y una noches” porteña en versión ultrametafísica y existencial acontecida por diversos lugares y tiempos paralelos y una maravillosa apuesta fotográfica a través de una experimentación técnica visual en blanco y negro y color absolutamente simbólica y refinada. "Este libro es un viaje y los viajeros deben saber que los senderos que no conducen a ningún lado también son parte de la travesía" escribe Ruiz al inicio de su libro "Poética del cine", lo que perfectamente puede ser leído como una carta de presentación a esta obra, incluso para sus mismos personajes; y cuyo impacto fue tal que un año más tarde la revista más importante del cine a nivel mundial, Cahiérs du Cinema, le dedicaba un número especial a Ruiz, convirtiéndolo en uno de los pocos directores en toda la historia de este arte que se han hecho merecedores de tal halago, junto a Eisenstein, Goddard, Hitchcock, Wells y Pasollinni.


Días de campo (Chile, 2005)
La enorme distancia existente entre Raul Ruiz y el resto del cine chileno actual queda de manifiesto en uno de sus más bellos ejercicios fílmicos. Adaptando libremente un viejo relato de Federico Encina, Ruiz ensaya un agudo y precioso fresco sobre el alma chilena dividida en dos periodos de la vida de un hombre de campo. Con decenas de películas en el cuerpo, ésta se transforma en una suerte de resumen y escuela de todo el lenguaje ruiziano: su afinidad con el surrealismo, la irreverencia frente a las estructuras narrativas, el delicado gusto por la imagen, su debilidad por el absurdo y los diálogos delirantes, la precisión de la música, sólidos e insuperables personajes, convierten a Días de campo es un eco chileno por donde se lo mire, con goteras que surgen de la nada en las casonas y menús inagotables de comida casera. Una obra maestra que le permita a Ruiz darse el lujo de volver a filmar en Chile por primera vez en 30 años y ubicarse tranquilamente por delante de todo lo realizado hasta ahora por nuestra irregular cinematografía.



Bonus Track
Cofralandes. impresiones sobre Chile (2003)
“La única manera para entender esta obra, que es muy compleja para cualquiera, es ser chileno”; de esta manera presentaba Ruiz su primer trabajo audiovisual en suelo chileno en casi 30 años; y aquello no podía ser otra cosa que un sesudo examen a nuestra confusa y destartalada identidad, a la manera de Ruiz por supuesto. Porque si antes realizó falsos documentales con algunas de sus películas, esto podría ser todo lo contrario, una falsa película en narración documental formada por cuatro capítulos de una serie que pasó obviamente desapercibida por las salas nacionales e incluso por la Televisión Abierta pero que en el exterior fue galardonada con el importante Premio Glauber Rocha y también con el de la Prensa Internacional - Fripresci, en el Festival de Cine de Montreal. Tres viajeros: un francés, un alemán y un inglés van recorriendo, conociendo y tratando de entender un país tan múltiple como contradictorio. Hoy en Día, Rostros y rincones, Museos y clubes de la Región Antártica, y Evocaciones y valses dan vida a Cofralandes, "la tierra donde todo pasa", según una tonada de Violeta Parra que abre el primer capítulo. Sin duda un viaje por un país único.

Ruiz en contexto 
*Texto escrito el 2007, a propósito del estreno de La Recta Provincia en la televisión chilena.
"Una película tiene alrededor de 350 planos. Concebir cada uno de ellos como una película en sí; la función centrífuga de una imagen". Una definición perfecta del cine de Raúl Ruiz realizada por él mismo al explicar una de sus tantas teorías.

Desde que comenzó filmando en Chile hace más de 40 años, Raúl o Raoul Ruiz ha elaborado tantas películas como teorías. Son famosas sus disquisiciones como una extensión muchas veces más compleja que sus mismas imágenes, imágenes que son palabras que volverán a ser imágenes. Ahí parte y llega todo. El cine como muchas películas dentro de una misma película. 
 
Escritor y director de teatro y cine, ha publicado un par de libros y de su obra, sus conferencias y entrevistas se ha escrito otro tanto. Tiene en el cuerpo más de cien películas y muchísmimas más en su cabeza. Ruiz no para, ahora último le dio por hurguetear en Chile nuevamente, aunque él dice que todas sus películas, a su manera, tratan sobre Chile. Como sea “Cofralandes” (2003) y “Días de campo”(2005) prepararon acaso sin quererlo la llegada de “La recta Provincia” a la televisión abierta y próximamente, algunos cuentos de Blest Gana que serán también filmados. 

La agudeza y la imaginación de un hombre obsesionado con la chilenidad por no poder vivirla y padecerla, un casi completo desconocido en Chile, porque hace 34 años que vive en Francia y así es como entre los viajes que realiza aprovecha, entre otros tantos proyectos, de “juntarse a filmar con los amigos”, y de paso realizar algunos de los retratos fílmicos más delirantes y certeros de nuestra confusa identidad.

Desde sus primeras obras a fines de los sesenta, adelantadas e incomprensibles para un país que iría a embarcarse luego en una revolución socialista que le criticó su distancia y sarcasmo frente al proceso, a pesar de que él mismo era un socialista y filmó mucho por el Gobierno. Apenas llegado a Francia sus “Diálogos exiliados” le ganaron la antipatía de los mismos que no se soportaban retratados no como héroes sino como unos tipos medios botados y que no hacían nada salvo matar las horas conversando.

Que el cine de Ruiz es complejo es algo tan obvio como majadero. La complacencia no ha estado nunca entre sus intereses, ni en el cine ni en la vida real. Su carácter esquivo es tan famoso como su buen humor o su gusto por la buena mesa y la conversa larga. Pero no sabemos gran cosa. El exilio lo borró del mapa y nada se supo de él hasta los premios que llegaban desde Europa, los homenajes en los Festivales y el número especial de Cahuieurs du Cienema a comienzo de los ´80. Hubo que esperar 30 años para ver “Palomita Blanca”. Raúl Ruiz pudo ser otra de las tantas desapariciones de la Dictadura. Hoy, con el auge de lo digital, es posible acceder a una obra que apenas se está abriendo y para la cual por cierto, hay que estar muy abierto. 

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